Para um jornalista brasileiro, a dura realidade após o exílio

Por Mauri König/ Jornalista invitado del CPJ

 

Mauri König

Sempre fui convicto de que o jornalismo é um instrumento transformador de pessoas e de realidades. Creio nesse ofício como um meio de mudanças, ainda que isso implique em algum risco. Já fui espancado quase à morte e tive de mudar de cidade em outra ocasião por ir ao limite de minhas possibilidades em busca da verdade em que acredito. Mas nada é mais triste do que o terror psicológico imposto por um inimigo onisciente e onipresente. Um inimigo invisível que se esconde no anonimato e é capaz de nos tirar o convívio da família e a liberdade de movimentos.

Não imaginei chegar a esse nível de tortura psicológica ao coordenar a equipe da Gazeta do Povo que revelou a corrupção na Polícia Civil do Paraná, um dos estados mais ricos do Brasil. As ameaças de metralhar minha casa se estenderam à minha família. Durante cinco dias tivemos de mudar de hotel várias vezes, protegidos por guarda-costas. Meu filho de 3 anos foi quem mais sofreu com a rotina de tensão e medo. Minha mulher se recusou a ir comigo para o exílio no Peru. Preferiu ficar distante de mim, o alvo das ameaças. Não a julgo. Ela pensou antes na segurança do nosso filho.

Durante dois meses fui acolhido em Lima graças à generosidade do Comitê de Proteção aos Jornalistas e do Instituto Prensa y Sociedad, com apoio da Gazeta do Povo. Esse exílio forçado me levou a mil reflexões. Como é difícil tomar decisões quando se está sozinho, longe de casa. Mas era preciso tomar decisões, ainda que por e-mail ou pelo Skype. Foi assim, à distância, que recebi de minha mulher a notícia de que ela ficaria de vez na cidade onde se refugiou após as ameaças. De volta ao Brasil, tento aceitar a distância de mais de mil quilômetros do meu filho.

Vejo com uma boa dose de angústia a repetição de um drama pessoal. Em 2003, tive de me mudar de Foz do Iguaçu para Curitiba por causa de ameaças após uma reportagem revelando o consórcio do crime formado por policiais e ladrões de carros na fronteira do Brasil com o Paraguai. A mudança me impôs uma distância de 700 quilômetros dos meus dois filhos mais velhos, do primeiro casamento. Nada mais triste do que um pai não poder desfrutar do convívio com os filhos, não poder acompanhar seu crescimento. Uma história que agora se repete com meu filho mais novo.

A intenção com essas reportagens era revelar o que as pessoas têm o direito de saber, de forma a plantar uma semente de indignação em cada uma delas, para que cada uma, dentro de suas possibilidades, pudesse fazer algo para melhorar a realidade de todos à sua volta. Eu só não imaginava que isso fosse impactar de forma tão negativa a realidade das pessoas mais próximas a mim. Espero, sinceramente, que ninguém mais precise pagar um preço tão alto por acreditar que o jornalismo é um instrumento para melhorar nossa realidade, por revelar injustiças, delatar governos corruptos, expor uma polícia arbitrária.

Curas que no curan

Se realizó en Paraná el tan anunciado seminario que propone “restaurar” a las personas homosexuales y también a las que se masturban o miran pornografía. Cómo operan, qué ganancias obtienen, a quiénes les hablan y por qué siguen circulando por estas tierras estas profetas franquicias de iglesias americanas.

Por Liliana Viola

Un médico americano llamado Samuel A. Cartwrigth anunciaba en el filo del siglo XIX el descubrimiento de una nueva enfermedad, la “huidomanía”, y aseguraba que el mal, identificable en esclavos que terminaban fugándose de las fincas de sus amos, tenía tratamiento. Con una adecuada prevención, la huida de tantos negros podría erradicarse por completo, decía y cumplía. Lo que hoy sería tomado como una aberración racista y hasta un ingenuo método para perpetuar la privación de libertad, entonces fue aplicado y respetado por su valor científico. No hace tanto, hasta la década del setenta, la homosexualidad era considerada una enfermedad mental, según la Asociación Psiquiátrica Americana. Quien pretendiera curarla hoy debería vérselas con la Ley de Salud Mental, que establece que no se puede diagnosticar, tratar, ni curar lo que no es una enfermedad. Aun así, aunque la sociedad ha ido cambiando su perspectiva respecto de qué es defecto y qué es diversidad o a qué se le llama derechos humanos, y aunque haya leyes que respalden estos puntos de vista, se llevó a cabo en

Paraná —y con bastante éxito de público (más de doscientos fieles)— un seminario con charlas magistrales y talleres varios que prometió “restaurar” a quienes sufren “quebrantos sexuales” impartido por los miembros de una familia de “ministros” integrada por un “ex gay” casado con una mujer sin quebrantos a quien se le atribuye gran parte de la salvación, hermana a su vez de una “ex lesbiana” también ahora en el buen camino. El Ministro de Restauración, Mauricio Montión, resumía esta amalgama de ciencia, religión, liturgia y mensaje amoroso con un discurso que no por casualidad cambia curar por restaurar, enfermedad por lejos de Cristo, homosexualidad por salirse del camino y el asco y la reprobación que ésta provoca en todo un sector de la población por un mensaje paternalista y comprensivo que confía en el esfuerzo y el deseo de salirse del error. “A mí el Señor me ayudó a cortar con la pornografía y la masturbación, yo tuve que cerrarle las puertas a ese costado monstruoso de mí mismo y yo creo que muchos de ustedes este fin de semana van a tomar esa decisión y, si no tiene que ser este fin de semana, será el día que sea, pero el Señor nos llama a tomar decisiones. ¿Para qué? Para que él pueda ofrecernos un verdadero banquete, porque eso que estábamos comiendo hasta ahora era pura chatarra, hasta que el Señor viene y te dice ‘Yo tengo un verdadero banquete para vos, vas a saber lo que es la comida de verdad’. Es el banquete de las relaciones verdaderas. Por eso yo me involucré en una iglesia como ésta y estaba ahí Daniela, dentro de un grupo de jóvenes”, mientras Daniela, su esposa agregaba: “No damos un curso con pasos y recetas, como dicen por ahí. A medida que invocamos la presencia de Dios, su amor y su fortaleza, él va a ir trabajando en cada uno de nosotros y todavía vamos a seguir escuchando qué nos falta. Dios te respeta y espera hasta que estés listo. Siempre digo que Dios es un caballero”.

La sensación al escuchar los argumentos entre los que se luce la presunción de que la homosexualidad deriva de una mala educación, el abandono de un padre o el abuso sexual, que quien vive con HIV es un “sidótico”, que Dios es capaz de matar en un accidente a una novia lesbiana para que la otra reaccione, y sobre todo que es nocivo desear a alguien del mismo sexo, es la de estar frente a aquellas caravanas de timadores, también del siglo XIX, que iban de pueblo en pueblo ofreciendo tónicos milagrosos para solucionar lo insoluble. Pero es verdad, aquí, aunque corren buenas sumas de dinero (pensemos que el arancel estaba pautado en 100 pesos por persona y multiplicando por 200 daba un total de 20 mil) no hay venta directa ni se pronuncia la palabra milagro. Rectifiquemos. La caravana restauradora habla igual que lo haría un vendedor de escaleras siderales si desconociendo completamente lo que alguna vez y hace siglos dijo Galileo Galilei acerca de la Tierra ofreciera un método para bajar por la parte donde la superficie terrestre se corta abruptamente. Los argumentos de los ministros en cuestión dan más risa que ira, atrasan no décadas sino siglos. Sin embargo, nadie en el grupo de fieles opone resistencia, ni levanta la mano para hacer una objeción. Mientras nadie se molestaría en denunciar ni prohibir al vendedor de escaleras para bajarse del mundo, ya que no habría embaucados posibles —la educación, a fuerza de globos terráqueos y otras sutilezas no da lugar al quebranto sobre la redondez—, queda claro y urgente que todavía hay mucho que divulgar acerca de la diversidad, la sexual y otras. A falta de discursos públicos, textos escolares y el boca a boca, grandes zonas de la población se ahogan en el dolor de sentirse en falta mientras otras van reclutando sucursales y ministros que no por poca plata y hasta reconocimiento “profesional y espiritual” comercializan amor y escaleras para bajarse de uno mismo.